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Opinión

El médico que dijo: “lávense las manos”, lo tildaron de loco

Guillermo Romero Salamanca.

Periodista.

 

En la época en que vivió el doctor Ignaz Philipp Semmelweis los hospitales eran considerados como “casas de muerte”.

 

Esos lugares eran terroríficos. Espantosos. Horribles. No había la más mínima norma de higiene en esas salas donde se recluían a los enfermos. Los estudiantes de medicina pasaban de una autopsia a una atención de fiebre, dolor estomacal o un parto sin ninguna protección, ni limpieza.

 

Era tan fuerte el olor que los médicos y enfermeras caminaban por los salones y pasillos con un trapo pegado a sus narices para evitar mareos o vómitos.

 

Dicen los estudiosos de la época que era común ver en las camisas o pantalones de los estudiantes residuos de cuerpos humanos y así deambulaban por el lugar. La mesa donde se hacían las operaciones nunca se limpiaba y quedaban rastros de sangre o de otros líquidos pegados en la madera. Era asqueroso.

 

Algunos sugerían que lo mejor era demoler las edificaciones y construir nuevos centros hospitalarios.

 

El doctor Ignaz Philips Semmelweis nació en Budapest, en Hungría, el 1 de julio de 1818 y 47 años después, lo encontraron amarrado, golpeado y muerto el 13 de agosto de 1865 en Viena, Austria.

 

En esta época, aún no se conocían términos como bacterias ni gérmenes, pero algo sospechaba Semmelweis, que era muy observador y analítico, no le gustaba ver a los estudiantes de Medicina que salían de una sala de autopsias y luego, como si nada, atendían partos.

 

En esos años para las mujeres dar a luz en un hospital era un pasaporte a la eternidad. Se infectaban con facilidad y días después fallecían.

 

A las señoras, luego del alumbramiento, tenían fiebre puerperal –también conocida como «fiebre del parto» y a esto debía encontrarle alguna solución, pensaba Semmelweis. Luego de análisis y de varios experimentos descubrió que todo era por falta de higiene. En 1847 él mismo se propuso una meta: lavarse las manos minuciosamente con una solución de hipoclorito cálcico y ver los resultados. Su experimentó lo llevó a cabo en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital General de Viena. De esta manera logró controlar la fiebre puerperal.

 

Estaba feliz con su noble hallazgo. Iba a misa cada domingo y encontraba allí a las señoras y a los niños que había atendido sin ningún problema.

 

Hizo varias publicaciones mostrando que el lavado de las manos de los médicos obstetras reducía la mortalidad por fiebre puerperal a menos del 1%. No obstante, los otros profesionales de la salud no le creyeron y más aún, lo tildaron de loco.

 

Él insistía en sus razones e incluso puso varios letreros en las salas de operación: “Lávense las manos”. Los galenos no le creyeron y le pedían que demostrara que no era estúpida su petición. Nunca pudo explicar que había gérmenes y bacterias que ocasionaban infecciones. No tuvo siquiera un microscopio para mostrar los bichos.

 

Sus colegas se le reían en la cara. Eso le ocasionó una fuerte depresión, nerviosismo y altanería. Les enviaba cartas a los directores de las facultades, a los médicos de acá y de allá, a los estudiantes…A todo el mundo donde decía que debían lavarse las manos.

 

Comenzó a beber alcohol, su esposa decía que divagaba con su tema de la limpieza. Lo veían con amigas de 3 en conducta y decían que de pronto, por una sífilis, habría perdido la razón y la cordura.

 

Se volvió un caos su vida. Cuando tenía 47 años, un amigo lo invitó a visitar un paciente en un manicomio, pero en realidad, era para recluirlo allí. Cuando opuso resistencia, le pusieron una camisa de fuerza, lo atendieron con unos golpes para hacerle entrar en razón, le dieron unas duchas frías y unas purgas con aceite de ricino. Una combinación que resultó fatal.

 

Sólo aguantó dos semanas de internado. El 13 de agosto de 1865, cuando escasamente tenía 47 años, murió como consecuencia de una herida gangrenada y envenenamiento de la sangre, según quedó registrado en el libro de su disección. 

 

Dos días más tarde fue su entierro. Pocos amigos acompañaron al cadáver del médico. No fue ni su esposa. Unas cuantas notas periodísticas salieron en los informativos del momento días después.

 

Años después sus estudios “locos” fueron atendidos por Louis Pasteur quien confirmó científicamente la teoría de los gérmenes como causantes de las infecciones y claro, el doctor Joseph Lister implementó los métodos de asepsia y antisepsia en las cirugías.

 

Como un homenaje al doctor Semmelweis, lávese las manos, por favor.

Extrategia Medios
Equipo de redacción de Extrategia Medios

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